miércoles, 7 de noviembre de 2007

¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!

Me ha llamado la atención el Evangelio de ayer (Lucas 14, 15-25), y me hace reflexionar sobre el comentario de Juan Mari acerca de la identificación de los cristianos con la Iglesia.
Cristo nos invita al banquete, y nosotros somos los privilegiados y atareados que ponemos excusas para no asistir. Los más simples, los más desfavorecidos acuden, sin embargo, prestos a la invitación. Interesante.
Por otro lado está la identificación con la Iglesia. Una de las materializaciones de la invitación de Cristo es a compartir el pan durante la Eucaristía. Es como mejor la visualizamos. Pero la fiesta que nos han preparado los hombres, sus representantes sobre la Tierra, no siempre parece ser suficientemente atractiva como para asistir a la misma. ¿No se tendría que adecuar la liturgia al concepto de fiesta, de banquete, actual? (evidentemente sin llevar el argumento al punto que lo haga ridículo).
La invitación al banquete no se acaba con la asistencia y participación en la misa, diaria o dominical. Es mucho más amplia. Pero probablemente la misa sirva de punto de enganche para muchos cristianos, y por lo tanto hay que cuidar la invitación, y la propuesta de banquete.

2 comentarios:

Peregrino dijo...

Tampoco está mal el Evangelio de hoy, acerca de las exigencias de Cristo para seguirle. Pero esto será objeto de otro post.

Nacho dijo...

Querría que mi comentario encontrase un nexo de unión entre vuestras reflexiones.
Juan Mari se plantea la dificultad que tenemos para vivir como Iglesia. Se extraña de la actitud de muchos católicos que se dicen creyentes y practicantes y, sin embargo, no se sienten identificados con la Iglesia y rechazan la vida comunitaria que la misma propone.
El comentario posterior de Alfonso busca la respuesta en la Eucaristía y en la necesidad de hacer más atractivo el acercamiento al misterio de la Sagrada Cena.
Mi aportación dirige la mirada al hombre y a su pertinaz soberbia, ¡si lo sabré yo!, que le hace situarse en un lugar que no le corresponde.
Nos apartamos de la Iglesia porque creemos que no está a nuestra altura, porque sentimos que no responde a nuestras necesidades, porque cada uno de nosotros empezamos a sentirnoscmás importantes que la encarnación del mensaje divino manifestada en la Iglesia.
Por dicho camino el hombre busca un "aggiornamento" de todo lo que le rodea para que le resulte atractivo, útil, sencillo, funcional, simpático, agradable. También pretende lo mismo con la vida cristiana, con nuestro papel en la comunidad de los fieles y con nuestra implicación como miembros del cuerpo de Cristo: de la Iglesia.
No queremos hundirnos en el misterio ni queremos reconocer que la tarea es difícil y aspera: vivir con la cruz de Cristo mediante el regalo de la gracia de Dios.