sábado, 27 de febrero de 2010

viernes, 26 de febrero de 2010

Padrenuestro

Desde hace tiempo, pienso en mi relación con Dios de una manera semejante a la que tenemos padres e hijos. Sorprendente afirmación teológica de un profano en estas lides como yo…

El otro día leyendo Mt 6, 7-15, pasaje del evangelio en el que Jesús nos enseña la única oración con la que dirigía al Padre, quise fijarme no sólo en el Padrenuestro, sino en la forma en la que Jesús nos enseñaba que no se debe orar. En concreto nos invitaba a no hacerlo “como los gentiles” usando muchas palabras, pensando que con eso se les hará más caso. El Padre sabe lo que nos hace falta antes de que lo pidamos…

Nos solemos acordar de santa Bárbara cuando truena. Que si me ayudes a pasar este examen, a conseguir este negocio, a ganar este partido, o a superar esa enfermedad. Y claro, si no se consigue lo más fácil es arremeter contra el que no vemos, el que realmente creemos que no está. He sido hijo y he vivido en la confianza de que mis padres eran prácticamente omnipotentes. Siempre sabían lo que necesitaba, aunque no me comprasen todos los caprichos que continuamente pedía. Con su amor se formó mi personalidad, dándome la libertad para tomar mis decisiones, en el mejor de los casos aconsejándome, y luego yo tomaba las decisiones. Si me tenían que castigar, siempre era con una privación de algo mucho menor que el bien de la libertad que nunca me negaron.

Hoy soy padre, e intento actuar de la misma manera. Probablemente sea difícil sentir un amor más grande que el que tenemos por nuestros hijos. Ese amor nos lleva a intentar que sean lo más felices posible, que no les falte de nada –no sólo en el plano material-, que tengan la mejor educación posible, y a medida que van creciendo, que vayan tomando sus propias decisiones, aunque no coincidan con las nuestras. Nos dejaríamos cortar una mano por nuestros hijos, y a pesar de ello, no siempre conseguimos evitarles las dificultades, los disgustos. Para ellos probablemente somos omnipotentes, y pueden tener la tentación de rebelarse contra nosotros si no somos capaces de actuar como ellos piensan que deberíamos. Pero dejarían de ser libres, si siempre lo hiciésemos así.

Muchos se preguntan dónde está Dios en las catástrofes, en las enfermedades, en el sufrimiento, en la muerte… Yo estoy seguro de que está ahí al lado, sufriendo como cualquier padre lo haría con sus hijos. La diferencia, argumentan muchos, es que El es verdaderamente omnipotente, y nosotros no. Su omnipotencia es la que nos hace libres, por lo que intentemos ser coherentes. Dios está a nuestro lado, al igual que lo está en los momentos felices, en la belleza de las cosas, en la calidez de nuestras relaciones.

Termino como empecé. Me gustaría que mi relación con Dios fuese la misma que tenía con pocos años con mis padres (también eso nos recuerda Jesús, la importancia de la inocencia de los niños). Mis padres eran Supermen, todo lo podían, y nadie me quería más en el mundo que ellos. Lo sé porque eso es lo que me pasa con mis hijos. Mucho antes que yo, sabían lo que necesitaba, y nunca tenía que gastar muchas palabras en pedírselo. Y si tenía que hacerlo… malo, normalmente no lo conseguía. Un simple Padrenuestro, poniendo especial énfasis en el “hágase tu voluntad, así en la Tierra…”

lunes, 8 de febrero de 2010

El desayuno de la oración

Jesús nos indicó que la oración no es más que nuestro diálogo con Dios padre. De hecho, la única oración que nos enseñó es el Padre Nuestro. Los cristianos rezamos a Dios de manera individual, nos dirigimos a El para ofrecerle nuestra vida, agradecerle sus dones, y más habitualmente para pedirle favores. También lo hacemos en grupos de amigos o personas afines, en compañía de nuestra familia y seres queridos, con la misma intención. Así lo hacía Jesús con sus amigos y discípulos, y así lo hacemos desde las primeras comunidades cristianas.

Más adelante, el cristiano inventó la liturgia, y además de rezar en casa, o en el desierto, nos reunimos en iglesias, en torno al altar, para rezar juntos. No necesariamente conocemos a todos los parroquianos, pero sí que tenemos el objetivo común de oír la Palabra, su explicación, rezar y comulgar juntos.

Nuestros colegas protestantes sacaron el rezo comunitario de las iglesias, y muchas comunidades se reúnen en teatros, cines o locales en los que improvisan sus propias liturgias.

Una de ellas parece ser el ya famoso en nuestro país “Desayuno de la Oración”, en el que anualmente se reúnen un grupo de cristianos estadounidenses a rezar durante un desayuno, como su propio nombre indica. Hasta aquí poco que objetar. Conceptualmente, me parece más que loable, y es una magnifica forma de empezar el día. Me pregunto cuántos de los asistentes rezarán diariamente, cuántos lo harán con sus familias, o en sus empresas o puestos de trabajo. Imagino que la gran mayoría…

Abraham Vereide lo organizó hace más de 50 años, probablemente con buenas intenciones: reunir a personas influyentes –empezando por el presidente de USA- en un rezo matutino, para que sirviesen de ejemplo a otras muchas reuniones semejantes pero más pequeñas. La realidad es que ha devenido en un foro de networking con la excusa de la oración. O lo que es lo mismo, una utilización bastarda de la oración comunitaria en beneficio de intereses meramente económicos o de poder. Una cosa me ha sorprendido de este foro, y es que pudiese contar en 1994 con la madre Teresa…

En una sociedad tan alejada de valores espirituales como la nuestra, podrá sorprender una crítica tan acerada de este tipo de reuniones, proviniendo de un cristiano. Hasta ahora eran las asociaciones de ateos o de laicistas las que habían levantado la voz en su contra. Por diferentes motivos unimos la nuestra. ¿Admitiría nuestra sociedad un desayuno por la curación de un enfermo, al que los que asistiesen sólo les preocupase el dejarse ver e intercambiar tarjetas? Debería responder que no, pero me temo que incluso en estos ejemplos cercanos nos encontramos con reality-shows que tienen gran audiencia…

Nuestra clase política, incluso el admirado Obama, han perdido una ocasión única para reestablecer parte de su dilapidado crédito moral. El uno por asistir a un acto que le debería quemar en sus entrañas ateas y anti eclesiales. Como hacía Carpentier decir al revolucionario Victor Huges: “"Lo siento. Pero soy un político. Y si establecer la esclavitud es una necesidad política, debo inclinarme ante esa necesidad..." Más valiente habría sido asistir al desayuno y excusarse por no poder rezar a un Dios en el que no cree. Y largar después el rollo de la alianza de las civilizaciones y todo lo que quisiera. Y no citar la Biblia con objeto de dar señales de erudición

Los otros por criticar sin piedad, y sin ton ni son, la asistencia del célebre ateo a la reunión (lo mismo hubiesen hecho de no haber asistido). Todo el mundo ha valorado positivamente cómo pudo salir el presidente del paso. ¿Era eso lo importante?

Dediquemos a los políticos a resolver nuestros asuntos terrenales, y dejemos la oración para su verdadero cometido. No entristezcamos más a Dios.

martes, 2 de febrero de 2010

Estar ahí o el principio de subsidiariedad

Ayer tuve una conversación con alguien a quien quiero mucho que me dejó un tanto desconcertado. Hablábamos del concepto “estar ahí” para lo que haga falta. Y su idea es que yo, o bien no estaba ahí siempre, o bien estaba de “otra manera” -que en román paladino nos lleva a la primera acepción del término-.

Por supuesto mi primera reacción fue la de pensar que no tenía ni idea. Yo, que siempre procuro estar ahí para lo que haga falta! Soy la definición perfecta del principio de subsidiariedad! Si a alguien le hace falta algo, ahí estoy yo para cubrir su necesidad. O no?

Sin duda, en gran parte de nuestras relaciones hace falta que apliquemos ese principio de subsidiariedad. Más cuando se trata de alguien sobre el que podemos tener alguna ascendencia, tipo nuestros hijos, padres e incluso, por qué no, amigos. De otra forma, podemos caer en el riesgo de convertirnos en unos metomentodos insoportables. Y de hecho, al revisar mis acciones hacia los que más quiero, me doy cuenta que muchas veces coartamos su desarrollo, su iniciativa, su capacidad de equivocarse.

Pero la aplicación indiscriminada de este principio, a pesar de que sea solo desde el punto de vista de la forma, induce a dar la sensación de indiferencia, y a que la persona a la que quieres no se atreva a molestarte por verte muy lejos. Es muy cómodo colocarte la etiqueta del “ya sabes que estoy aquí para lo que quieras”, faltaría más, y aun con la mejor intención alejarte inconscientemente.

Un tercer caso es el de aquellas personas que sabes que necesitan cariño, un gesto amable, una conversación tranquila, un preocuparte por cómo están. Esas personas nos rodean en esta sociedad no del todo humanizada, y muchas veces no queremos verlas. O si las vemos nos intranquiliza el que puedan coger tu brazo, cuando solo “estás ahí” para dar la mano.

No solo en los negocios, en la dieta, en el ejercicio, hay que hacer equilibrios. Sin duda, los de tu vida personal son mucho más importantes. Y casi siempre nos equivocamos por el lado menos pesado de la balanza