Para mi esto no es más que una confirmación del fin de un ciclo, de un imperio, de una forma de pensar y de vivir. Igual a lo que ha pasado en otros momentos de la Historia. El hombre tiene una capacidad infinita de autoengañarse, no solo a nivel individual, sino colectivo.
Una vez más, vivimos en un momento en el que la aversión al compromiso nos lleva a situaciones cuando menos sorprendentes.
La relajación de las costumbres hace que sea vea el compromiso como un limitador de la libertad individual, y siendo este el valor supremo imperante en una sociedad relativista, como un valor a eliminar. Esto acontece en todos los ámbitos de la vida, y es sin duda favorecido por nuestros gobernantes. Ellos ven en el adormecimiento de la sociedad una forma segura de perpetuarse en el poder, de hacer y deshacer a su antojo. La manida política del pan y circo.
Desde pequeños se pretende inculcar al niño la importancia de sus valores individuales, con el único -si cabe, y no en todos los casos- límite del respeto a la libertad de los otros (y además de manera muy difuminada). No hay valores absolutos a los que referenciarlo. Tú eres dueño/a absoluto de tu vida, de tu cuerpo. Es lo único que hay que cultivar. La inteligencia consiste en almacenar datos, como autómatas, y además esos datos son opinables (como ocurre en nuestro país con el estudio de la geografía, la historia o la lengua, por no hablar de la religión o la moral).
Más adelante nos encontramos con la facilidad que tienen (o han tenido, que la crisis servirá para paliar este efecto) los jóvenes para conseguir las cosas. No se han enfrentado a ninguna dificultad, y además los medios de comunicación, el cine y la televisión les ofrecen situaciones idílicas, donde vuelve a primar la libertad sobre el compromiso. No solo prima, sino que en muchas ocasiones se ridiculiza, bien directamente, o de manera más sutil, poniendo el acento en situaciones marginales, frente a las grandes decisiones donde yo solo soy el que la toma. Culpa importante de ello tenemos los padres, sin duda. Pero claro, la urgencia de ganar el dinero suficiente para mantener el montaje supera con creces a la importancia de educar correctamente a nuestros hijos. Y además, qué ejemplo de austeridad les damos?
Nos vamos acercando a la edad de matrimoniar. No nos sentimos incómodos por alargar nuestra estancia en casa de nuestros padres. Tampoco se nos exige mucho en el ámbito de los estudios. Y si no puedo estudiar, porque en casa no hay dinero, o bien porque simplemente no creo que lo necesite, cualquier trabajo eventual me vale. Si me piden trabajar mucho, pues nada, me despido. Hay que vivir el momento, no desperdiciar la juventud. Tabién es grave desde el punto de vista del emprsario "aprovechado", pero creo que estos son la excepción. A todo el mundo le gusta tener gente formada en tu negocio, en la que puedas confiar, más que tener que estar cambiando constantemente. Pero también la falta de compromiso se ha extendido en este campo, no hay que dejar de reconocerlo. Las relaciones laborales se han ebfriado, objetivado, de manera que si uno se quiere ir, o le invitan a irse, no suponga ningún conflicto, al menos emocional.
Y llega el momento de matrimoniar. Hoy se ha sustituido por el momento de vivir en pareja. Son cursillos prematrimoniales strictu sensu, que en la mayoría de los casos solo sirven para convertir una institución milenaria en un juguete usado libremente. Para qué comprometerse si tengo todos los beneficios sin las cargas que ello conlleva? En El Mundo del sábado 26 Luis Zarraluqui relacionaba la crisis del matrimonio con la crisis económica, vinculando la primera a la indefinición jurídica de los distintos regímenes matrimoniales. No creo que esté ahí la raíz del problema, sino más bien en no ya el miedo, sino la aversión al compromiso.
Necesitamos reforzar este valor en nosotros, y sin duda, trasladarlo a nuestros hijos y demás seres queridos. Por ahí empieza el cambio que constantemente estamos solicitando por parte de la sociedad civil. Compromiso -bien entendido- no significa pérdida de libertad, sino más bien al contrario