Llevamos años, incluso décadas, hablando de la enfermedad de nuestra sociedad. Enfermedad consistente, básicamente, en una pérdida de los valores tradicionales. Algunos, los más progresistas o progres, dirán que, por fin, esos valores que han mantenido atada la creatividad, la libertad del hombre son sustituidos por otros que favorecen la dignidad del ser humano. El cuerpo de cada uno es parcela individual, nadie más que cada uno de nosotros es dueño de él. La vida acaba cuando yo lo decido, no debo sufrir ni un minuto más de la cuenta. El nacimiento de la vida, el concepto de persona, es determinado por nuestros legisladores, basados en pruebas inconclusas pseudo-científicas. La institución responsable de, entre otras cosas, perpetuar el género humano, es confundida con relaciones que lo imposibilitan. El premio por el esfuerzo es sustituido por la comprensión de la mediocridad. Es mejor no pasarse en la exigencia que probar que no se es capza de conseguir algo. Por supuesto, la trascendencia es algo vetusto, inventado exclusivamente para alienar al prójimo. El derecho que hemos trasladado al Estado de defendernos es sustituido por acciones humanitarias a miles de kilómetros de nuestro territorio. Hemos conseguido que nuestros políticos no ganen más que un profesional medio, lo que hace que, en esta sociedad en la que prioritariamente se valora el éxito por tu posición económica, la inmensa mayoría de los mismos sean lo más mediocres. En lugar de dedicarse a la búsqueda del bien común han de preocuparse, en primer lugar, de su bien individual consistente, en el mejor de los casos, en ganar las próximas elecciones, y en el peor, en procurarse dinero público, dinero del público, de nosotros, para cuando dejen el poder.
Vivimos en una sociedad civil completamente adormecida, quejándonos todo el día, pero sin hacer nada por cambiar. Esto es especialmente paradójico en el caso de los cristianos, olvidadizos del porqué somos cristianos, de nuestra historia, del mensaje de Jesús, que nos exige tomar partido y no ser meros espectadores de un mundo inusto, de una civilización decadente. Pero esto será objeto de otro post.
Pues bien, la situación económica ante la que nos enfrentamos no es, bajo mi punto de vista, sino una consecuencia inmediata de lo expuesto más arriba. Me preguntaban el otro día si la codicia es la responsable de este crash, y respondía que es uno de los pecados que nos ha llevado a esta situación, pero evidentemente no el único. Codicia ha existido y existirá siempre, al igual que el Mal en el mundo. Es necesaria una reflexión en profundidad de los valores consustanciales a la Humanidad, y luchar porque esta civilización no se acabe, como lo hicieron otras al menos tan poderosas como ésta en el pasado. Nos hallamos ante una oportunidad única de mirar hacia adentro, y refundarnos. Excusas para no hacerlo hay infinitas pero, luego nos pedirán cuentas.
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