martes, 2 de febrero de 2010

Estar ahí o el principio de subsidiariedad

Ayer tuve una conversación con alguien a quien quiero mucho que me dejó un tanto desconcertado. Hablábamos del concepto “estar ahí” para lo que haga falta. Y su idea es que yo, o bien no estaba ahí siempre, o bien estaba de “otra manera” -que en román paladino nos lleva a la primera acepción del término-.

Por supuesto mi primera reacción fue la de pensar que no tenía ni idea. Yo, que siempre procuro estar ahí para lo que haga falta! Soy la definición perfecta del principio de subsidiariedad! Si a alguien le hace falta algo, ahí estoy yo para cubrir su necesidad. O no?

Sin duda, en gran parte de nuestras relaciones hace falta que apliquemos ese principio de subsidiariedad. Más cuando se trata de alguien sobre el que podemos tener alguna ascendencia, tipo nuestros hijos, padres e incluso, por qué no, amigos. De otra forma, podemos caer en el riesgo de convertirnos en unos metomentodos insoportables. Y de hecho, al revisar mis acciones hacia los que más quiero, me doy cuenta que muchas veces coartamos su desarrollo, su iniciativa, su capacidad de equivocarse.

Pero la aplicación indiscriminada de este principio, a pesar de que sea solo desde el punto de vista de la forma, induce a dar la sensación de indiferencia, y a que la persona a la que quieres no se atreva a molestarte por verte muy lejos. Es muy cómodo colocarte la etiqueta del “ya sabes que estoy aquí para lo que quieras”, faltaría más, y aun con la mejor intención alejarte inconscientemente.

Un tercer caso es el de aquellas personas que sabes que necesitan cariño, un gesto amable, una conversación tranquila, un preocuparte por cómo están. Esas personas nos rodean en esta sociedad no del todo humanizada, y muchas veces no queremos verlas. O si las vemos nos intranquiliza el que puedan coger tu brazo, cuando solo “estás ahí” para dar la mano.

No solo en los negocios, en la dieta, en el ejercicio, hay que hacer equilibrios. Sin duda, los de tu vida personal son mucho más importantes. Y casi siempre nos equivocamos por el lado menos pesado de la balanza

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