viernes, 26 de febrero de 2010

Padrenuestro

Desde hace tiempo, pienso en mi relación con Dios de una manera semejante a la que tenemos padres e hijos. Sorprendente afirmación teológica de un profano en estas lides como yo…

El otro día leyendo Mt 6, 7-15, pasaje del evangelio en el que Jesús nos enseña la única oración con la que dirigía al Padre, quise fijarme no sólo en el Padrenuestro, sino en la forma en la que Jesús nos enseñaba que no se debe orar. En concreto nos invitaba a no hacerlo “como los gentiles” usando muchas palabras, pensando que con eso se les hará más caso. El Padre sabe lo que nos hace falta antes de que lo pidamos…

Nos solemos acordar de santa Bárbara cuando truena. Que si me ayudes a pasar este examen, a conseguir este negocio, a ganar este partido, o a superar esa enfermedad. Y claro, si no se consigue lo más fácil es arremeter contra el que no vemos, el que realmente creemos que no está. He sido hijo y he vivido en la confianza de que mis padres eran prácticamente omnipotentes. Siempre sabían lo que necesitaba, aunque no me comprasen todos los caprichos que continuamente pedía. Con su amor se formó mi personalidad, dándome la libertad para tomar mis decisiones, en el mejor de los casos aconsejándome, y luego yo tomaba las decisiones. Si me tenían que castigar, siempre era con una privación de algo mucho menor que el bien de la libertad que nunca me negaron.

Hoy soy padre, e intento actuar de la misma manera. Probablemente sea difícil sentir un amor más grande que el que tenemos por nuestros hijos. Ese amor nos lleva a intentar que sean lo más felices posible, que no les falte de nada –no sólo en el plano material-, que tengan la mejor educación posible, y a medida que van creciendo, que vayan tomando sus propias decisiones, aunque no coincidan con las nuestras. Nos dejaríamos cortar una mano por nuestros hijos, y a pesar de ello, no siempre conseguimos evitarles las dificultades, los disgustos. Para ellos probablemente somos omnipotentes, y pueden tener la tentación de rebelarse contra nosotros si no somos capaces de actuar como ellos piensan que deberíamos. Pero dejarían de ser libres, si siempre lo hiciésemos así.

Muchos se preguntan dónde está Dios en las catástrofes, en las enfermedades, en el sufrimiento, en la muerte… Yo estoy seguro de que está ahí al lado, sufriendo como cualquier padre lo haría con sus hijos. La diferencia, argumentan muchos, es que El es verdaderamente omnipotente, y nosotros no. Su omnipotencia es la que nos hace libres, por lo que intentemos ser coherentes. Dios está a nuestro lado, al igual que lo está en los momentos felices, en la belleza de las cosas, en la calidez de nuestras relaciones.

Termino como empecé. Me gustaría que mi relación con Dios fuese la misma que tenía con pocos años con mis padres (también eso nos recuerda Jesús, la importancia de la inocencia de los niños). Mis padres eran Supermen, todo lo podían, y nadie me quería más en el mundo que ellos. Lo sé porque eso es lo que me pasa con mis hijos. Mucho antes que yo, sabían lo que necesitaba, y nunca tenía que gastar muchas palabras en pedírselo. Y si tenía que hacerlo… malo, normalmente no lo conseguía. Un simple Padrenuestro, poniendo especial énfasis en el “hágase tu voluntad, así en la Tierra…”

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